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lunes, 3 de enero de 2011

Gallegos: Doña Bárbara, vigencia de una leyenda


Doña Bárbara, vigencia de una leyenda

François Delprat



Hablar de la vigencia de un libro tantos años después de su publicación deja suponer que se le considera en gran parte desligado de las circunstancias en las cuales se elaboró y del medio en que lo fue inventando el escritor. En el caso de Rómulo Gallegos es fácil reducir nuestra lectura al contenido simbólico y a lo permanente y universal del mensaje de una novela. A pesar de esto, Doña Bárbara ha sido leída y sigue siéndolo, como trasunto de una realidad.
Desde luego, reconocemos, con Pedro Díaz Seijas (Rómulo Gallegos, calidad y símbolo, Centro del Libro venezolano, Caracas, 1965), que el alcance universal de la obra es fruto directo del arte del novelista en captar y restituir las vivencias auténticas del hombre venezolano.
Las propias condiciones naturales del marco regional constituyen uno de los aspectos más duraderos en la materia de la novela, junto con la evocación de los usos de la vida diaria y el encanto natural del habla del hombre venezolano, llanero, en sus tareas y en el descanso.
Ahora bien, el problema está en saber si, para el lector, tales condiciones cambian, así como cambian los datos económicos, sociales y políticos, abriendo la tentación de considerar la novela como representación de realidades ya lejanas. En tal caso, sólo quedarla al lector de hoy el nostálgico placer de una pintura del pasado, y, por añadidura, el derecho de buscar a la lección moral del libro una aplicación en el campo contemporáneo.
En mi opinión, la relación entre el interés simbólico de la novela y la concreta realidad de la Venezuela de principios de siglo y la de hoy, es algo más compleja, pues no queda limitado el mensaje a la circunstancia venezolana de las primeras décadas del siglo.
Esta ponencia no se propone revisar las perspectivas del estudio de Doña Bárbara, sino, más modestamente, ajustar y afinar algunos de los enfoques que se le ha dado. Se funda en la idea de que no es lo más importante la realidad circunstancial.

I. El medio natural y la tesis progresista: una realidad económica diacrónica
Antes de que existieran las palabras desarrollo y subdesarrollo, aparecía evidente a los ojos de los venezolanos, el desequilibrio entre la cordillera de la costa y las regiones llamadas «del interior», despobladas, en gran parte inexplotadas. En Rómulo Gallegos desde Doña Bárbara, hasta Sobre la misma tierra, la novela contempla el atraso de la vida rural y la necesidad de un esfuerzo de progreso material y espiritual, por medios relacionados con la tecnología, la administración, la educación, resumidos en la idea de obra civilizadora.
Es conocidísima la diferencia que R. Gallegos introduce en la célebre oposición entre barbarie y civilización, pero pocas veces se señala que atribuye a cada uno de sus protagonistas importantes la posibilidad de escoger entre una u otra, compensando con el «libre albedrío» el peso del determinismo ambiental. En la novela Doña Bárbara, el poder de los elementos naturales conforma una sociedad que podemos calificar primitiva. Lo es en su organización social, en la precariedad misma de la vida humana frente a los peligros de la naturaleza, en el funcionamiento elemental de la vida económica.
El primitivismo es lo que llama la atención y despierta dudas sobre la autenticidad histórica del cuadro natural, y sobre todo de los datos económicos, sociales e incluso culturales. Sabemos que numerosos han sido los amigos llaneros del novelista que manifestaron su admiración, no sin orgullo, por la calidad verídica de la pintura de la vida llanera. En efecto, existe un aspecto documental, en la novela, pero fundado en un lenguaje, en la integración de temas folklóricos principalmente y en la descripción de la actividad campestre más tradicional. ¿Es posible admitir que tan elemental y frágil fuera la vida en los años 1927-1929, cuando R. Gallegos estudió los llanos? Parece poco probable, a la vista de los libros que posteriormente se han publicado, como el de Calzadilla Valdés (Por los llanos de Apure, Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1940).
Pero al presentar una sociedad muy primitiva tal presentación servía a la tesis. En la novela, la teoría civilizadora no se concibe como una victoria del medio urbano sobre el rural (aunque son de procedencia urbana los valores que asume Santos Luzardo), sino en la victoria en el medio natural de las empresas del hombre ilustrado. La otra posibilidad era la regresión al caos primigenio; lo que da lugar a una trasposición de la tesis sobre un plano puramente moral, de una psicología moderna: la regresión consiste en abandonarse a sus instintos, a la exclusiva sugestión del medio brutal, fascinador, que conmueve en el hombre las más secretas fibras, las del subconsciente. Esta dimensión del libro nos aleja un poco más de la realidad referencial.
En Doña Bárbara, el novelista preconiza el triunfo de conceptos que no son nada recientes. En lo económico: la propiedad privada legal, transmitida por herencia, debe sustituir a la apropiación por la fuerza (lo que en el Capítulo XII de la 1ª parte, se llama «el abigeato original»). A la divagación del ganado, expuesto a volverse cimarrón, debe dársele el correctivo de la cerca. Esta cumple múltiples funciones en la novela, al participar en el enredo como causa y propósito. Cobra, al mismo tiempo, valor emblemático del respeto al bien ajeno y a la ley, así como de la necesidad de que a cada uno se le propongan reglas aceptadas, límites a su acción, que preserven la situación de sus prójimos.
En la tecnología ganadera, las queseras contribuyen al amansamiento de los animales, por contacto con el hombre, además, se recomienda el impulso de la agricultura para satisfacer las necesidades locales y se anuncia un proyecto de praderas artificiales. Este es el único rasgo que pueda considerarse avanzado para aquella época de principios de siglo.
El campo de la ganadería, muy concreta, era el que mejor podía dar lugar a una descripción de la situación de la región; sin embargo, R. Gallegos poco insistió en estos datos económicos a los cuales dedica apenas alusiones: la conducción de una «punta» de ganado a la ciudad, la venta de las plumas de garza y de la sarrapia. En cuanto a los quesos de cincha que salieron de las manos del quesero Melesio, no se evoca su comercialización.
El contenido de la novela da una visión de la vida llanera fuera del momento limitado de la visita de R. Gallegos. Traduce lo que, para sus habitantes, es digno de ser tenido por llanero. Por ello, importa más la tradición, la recopilación folklórica, que no lo estrictamente documental. No será menos verdadera la pintura, pero no creo que se la pueda tener por realista en propiedad.
De los llanos, Doña Bárbara da una imagen válida para un tiempo muy amplio. La evolución ha sido rápida, desde entonces. Las vías de comunicación han puesto a San Fernando al alcance de todos los puntos de actividad del país. El auge demográfico ha provocado un poblamiento acelerado de algunas regiones. Sin embargo, la llanura sigue siendo la región en espera de desarrollo; en que sólo existen unos polos más activos, más o menos experimentales, y donde se siguen cultivando formas tradicionales del trabajo y sobre todo del habla y de las diversiones.
La imagen regional dada en la novela no es independiente de las circunstancias históricas, sino que es como una síntesis. Se mantiene una jerarquía de las formas de vida y organización en los llanos, la idea de la evolución domina la novela, dando una imagen diacrónica de lo que ha sido, es y será la región. Si R. Gallegos hubiera señalado la ruta hacia el porvenir, el progreso, como única, se podría considerar la novela como animada por el sentido de la historia, estrechamente ligada al tiempo, a una cronología.
Pero no es Doña Bárbara de tan sencilla construcción. La aventura de la protagonista principal y la de Santos Luzardo, segundo personaje del libro, son de doble dirección. En cada uno se ilustra la posibilidad de seguir un camino determinado: a la regresión o al progreso. La historia no es una vía de sentido obligatorio; no hay una necesidad histórica, sino una alternativa.
Como en las leyendas tradicionales, en particular en la épica, el protagonista puede escoger entre el bien y el mal, entre el amor y el odio, entre la acción constructiva y la destructiva, en ningún caso se sugiere la elección entre las formas del pasado y las del futuro (excepto al final, cuando Santos Luzardo es mostrado como visionario en sus proyectos de transformación de los llanos.

II. Lo político, lo social y la ética
Para matizar lo anteriormente dicho, es preciso señalar que la novela no está fuera del tiempo; algunos datos invitan al lector a situar la acción en años posteriores a la primera década del siglo XX (Capítulo II de la Primera parte), casi el tiempo mismo en que R. Gallegos empezó a escribir sus primeras novelas. La situación social y la organización administrativa del Estado Apure corresponden, por lo tanto, a la primera presidencia de Gómez, lo que ha dado pie para interpretar la novela como una diatriba contra la dictadura, disimulada en la parábola de una mujer que se deja llevar de su apetito de riqueza y de poder.
Tal lectura, es ayudada por las proyecciones simbólicas de diferentes personajes. Sobre todo de la misma doña Bárbara, mandona obedecida por el Jefe Civil y por el Juez, teniendo a su disposición al mayordomo de su vecino Santos Luzardo y, abiertamente, a gente sospechosa como Melquíades el Brujeador, o a conocidos bandidos, como los Mondragones. Pero lo principal es el caciquismo, del que se ha destacado durante largo tiempo el grupo gobernante en el país. (Cf. José Antonio Castro, Caciquismo y caudillismo en las novelas de Gallegos, in «Caciques», «caudillos» et dictateurs dans le roman hispano-américain, bajo la dirección del Profesor Verdevoye, Editions Hispaniques, París, 1978).
Los rasgos principales que permiten remitir al lector a la situación venezolana histórica son: -la ley del llano, doña Bárbara consiguió que se la «hicieran a su medida». -El compadrazgo existente entre doña Bárbara y el Presidente a quien le mandó una vez hierbas curativas. -El sistemático ensanchamiento de las posesiones de El Miedo.
Ninguno de estos rasgos carece de un valor simbólico que invita a una interpretación más amplia. Por ejemplo, otros dictadores como Cipriano Castro fueron aficionados a curaciones extrañas. Por otra parte el peculado ha sido denunciado por los narradores y ensayistas de Venezuela desde los principios de la nación.
La hostilidad de R. Gallegos a la dictadura está fuera de dudas. Buena muestra tenemos de ello tanto en su primera novela, con la ardiente empresa civilista de Reinaldo Solar, como en los ensayos que, en tiempos de su juventud, dedicó el novelista a temas sociales. Su carrera política ha demostrado que en toda su vida ha guardado la perfecta coherencia de sus ideas democráticas (cf. Howard Harrisson, Rómulo Gallegos y la revolución burguesa en Venezuela, Monte Avila Editores, Caracas, 1976).
Por lo tanto, queda muy ligera la relación con la circunstancia precisa de la dictadura de J. V. Gómez. En cambio, los rasgos más dominantes de la historia de Venezuela, esta cadena de autócratas que se sucedieron en el país y tuvieron que hacer frente a innumerables insurrecciones en nombre del bien, es figurada a través de la lucha entre Santos y la devoradora de hombres.
Los biógrafos de R. Gallegos (en particular J. Liscano) han mostrado cómo fue la gloria literaria de Doña Bárbara la que obligó al novelista a afirmar públicamente su hostilidad a la dictadura, en 1930. Pero la causa estaba en la necesidad en que se encontró de no participar en una sesión parlamentaria que se disponía a violar la Constitución, para que Gómez pudiera ser de nuevo Presidente de la República; los motivos dados por Gallegos eran de dignidad personal, no de hostilidad a la persona del dictador.
En cuanto al contenido de la novela sería difícil afirmar que fuera antidictatorial. Indudablemente, otros escritores célebres tenían una actitud de franca enemistad para con Gómez, José Rafael Pocaterra y Rufino Blanco Fombona en particular. Este, en el prólogo a El hombre de oro (1914), denunciaba el poder del dictador Gómez como una «barbarocracia», achacándole la responsabilidad de todos los males económicos y sociales del país. El nombre de doña Bárbara debía inspirar sospechas en las esferas del gobierno. Sin embargo, después de que le leyeran la novela, el dictador quiso recompensar al novelista; no veía en la obra de Gallegos ataque a su sistema político, a su teoría fundada en el orden y el progreso. Para Gómez, imponer la paz y el progreso en Venezuela era la justificación de su autoritarismo. No eran nuevos tales temas; en los discursos políticos, desde el siglo XIX, se han repetido en sucesivas coyunturas históricas.
Hoy, la fórmula puede variar, pero son muchos los países en el mundo, y especialmente en Latinoamérica donde los vocablos orden, progreso, paz social, pretenden disculpar una violencia institucionalizada.
La originalidad y el valor más duradero de la obra de R. Gallegos, en este terreno es, que al orden prefiere el respeto a la ley, los derechos de cada uno; a la paz social sobrepone la concordia fundada en la comprensión y el amor al prójimo; cifra el progreso menos en su aspecto tecnológico que en la transformación del hombre mismo. Lo político se traspone sobre un plano superior que es el de la ética social.
El humanismo, eje principal de la novela, da a todas las circunstancias un papel de pura imagen, de símbolo. Sólo lo permanente en la naturaleza está desprovisto de significado, independiente de toda interpretación, porque su fuerza poética está en su objetividad. La naturaleza y la conciencia son los dos polos entre los cuales se desarrolla toda la acción, como en las leyendas tradicionales. El hombre moderno, apenas difiere del Pulgarcito, perdido en la selva; necesita del camino de piedrecitas para volver a casa, a la vida organizada, para tener porvenir.
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Nuestro tiempo está necesitado más que nunca de mensaje de fe en el porvenir; la lucha titánica entre la conciencia humana y los instintos sigue vigente lo mismo que antes. Y el valor de Doña Bárbara, para el lector de nuestros días no es menor al que tenía en el momento de su publicación.
Mejor que en los primeros lectores de la novela, opera en nosotros la grandiosidad del compendio de la aventura humana en Venezuela, vivida a través de unos personajes casi iguales a los campesinos de hoy, capaces de elevarse a la estatura de los gigantes de la épica, si la circunstancia lo exige.
Para R. Gallegos, no ha de llegar nunca la era de los enanos, su ilimitada confianza en el hombre es su aporte más valioso.


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